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MI PUNTO DE PARTIDA

  • Foto del escritor: Juan Montoya
    Juan Montoya
  • 30 mar 2021
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 4 may 2021

Jesucristo no va a misa los domingos

Se queda jugando parqués, dominó, apostando al bingo

Llegó tu jíbaro

Bajá del techo Nicanor y grita: "¡Soy ateo!"

Gracias a Dios

El que murió por mis pecados

Y yo, que ni siquiera había nacido

Luego fui condenado

A vivir entre prepagos, hijos no planeados, trovadores, policías, doctores, sabios y bandidos…”

Fruko y sus presos (Alcolirykoz: 2018)



MI EMPUTE


Hijo de los procesos culturales comunitarios que emergieron en el barrio Santa Cruz de la ciudad de Medellín a comienzos de los 90, fui seducido por el poder del teatro, la música y la danza, del convite comunitario, la comparsa y la fiesta por la vida, en medio de una ciudad que ofertaba a sus juventudes riesgo a cambio de “vida buena”.

En la foto Juan Camilo Montoya taller de maquillaje (1997)

La Corporación Cultural Nuestra Gente se convirtió en una interrupción en mi vida, ya que me posibilitó, desde el arte, otros diálogos, otras juntanzas, otras formas de articularme, resistir y protestar; me dio la posibilidad de tener un pasaporte para transitar por los barrios de la comuna y de la ciudad, transgrediendo las “fronteras invisibles” montado en unos zancos.


Y se trata de interrupción, porque no cambió el mundo, no cambió la política nacional, no evitó las milicias de Pablo Escobar o la incorporación de narcotráfico y el sicariato como la receta perfecta para alcanzar “la vida buena” en las comunas de Medellín, pero sí generó una ruptura en las biografías de unos niños y unos jóvenes que nos dejamos seducir por un lema: “Construir Artistas para la Vida” y apostarle a “Vivir la vida querida”.



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En la foto: Juan Camilo Montoya en la obra de teatro “Mujeres entre ángeles y demonios”(1997) Grupo Corporación Cultural Nuestra Gente.

Unos niños y unos jóvenes que vimos en el arte una excusa para leer el mundo, entender nuestros problemas, darle voz y cuerpo a nuestros emputes, llegar a nuestros vecinos con un mensaje diferente, que el barrio es más que delincuencia, que el teatro no es para ricos, que tenemos que protestar ante lo que nos niega la alcaldía, que tenemos memoria viva, que somos el resultado de unos convites permanentes en los que a la par que construimos las vías, las escuelas, las iglesias, construimos la solidaridad, el amor y el sentido de la vida de barrio, lloramos nuestros muertos independientemente del motivo o la justificación, pero sobre todo no nos quedamos callados.


A punta de decepciones, rabias, alegrías y casualidades, entendimos que solos no éramos capaces de avanzar y empezamos a construir redes colaborativas, redes afectivas, redes movilizadas por el arte o la defensa de los desconectados de los servicios públicos, o por el aumento de la inversión pública en el arte y la cultura viva comunitaria, en lógicas que transcendían los contenedores territoriales político administrativos.


Villa de Guadalupe, Villa Niza, Villa del Socorro, Andalucía, Lovaina, Castilla, Pedregral, Manrique, Santa Cruz eran etiquetas que sintetizaban el fetiche de “Joven de comuna” “el delincuente” el "No futuro” , al que "no se le podía dar trabajo en las empresas de la ciudad”; pero estos lugares, a su vez, eran pequeñas fronteras, custodiadas por los puestos de control de migración delincuencial que garantizaban el orden y la no injerencia de otros actores legales e ilegales.


Nuestra segunda interrupción, por esta época, era derribar fronteras físicas y establecer diálogos creativos con esos “otros” que también hacían lo que “nosotros” en su cuadra, en una sala de velación, debajo de un puente, en una sede comunal, una casa de familia, una casa cural, una escuela; el sitio o sus condiciones físicas no importaban, lo importante era el encuentro creativo, la construcción de otras estéticas de lo artístico, la reflexión política sobre lo local, lo nacional y hasta lo internacional, la fiesta y cómo tomarnos las calles.


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En la foto: Obra de teatro “Todo el amor para esos ojos ”(2005) Grupo “Navis Amarela”

La urgencia era posibilitar una contraoferta al mercado de riesgo que estaba en todas las esquinas del barrio y no morir en el intento. Nos emputaba el olvido estatal y la fuerte presión de los actores ilegales por cooptar más vidas a sus empresas criminales, realizamos encuentros de teatro comunitario, comparsas por las empinadas lomas, conciertos de hip hop, canción social, obras de teatro al aire libre. Lo que importaba en este momento era posibilitar otras formas de ser joven, de estar y habitar en el barrio, de amplificar nuestro mensaje y tejer redes que transcendieran el ámbito local.


Harto de la inoperancia de lo público, de los lenguajes tecnocráticos de los funcionarios públicos, pero sobre todo esa incomprensión del funcionamiento de lo estatal y los espacios e instancias de participación, encuentro en la universidad pública la posibilidad de “profesionalizarme” en los estudios de la ciencia política y la sociología. Y en una especie de espiral, los conceptos de la academia y la experiencia en “lo comunitario” se fusionaban, se estrellaban, se negaban o se reafirmaban.


El barrio, el teatro y los procesos comunitarios superaban los ritmos parsimoniosos de la academia. Mientras en esta, lo fundamental era el disciplinamiento del intelecto, la aprehensión de teorías, técnicas y metodologías, todo era a costa de la desconexión con la ciudad y sobre todo de los procesos organizativos. Desde los procesos culturales avanzamos en pensarnos la planeación de nuestros territorios, la incidencia en las políticas públicas, la constitución de redes nacionales e internacionales con asuntos como la “cultura viva comunitaria” y el arte como “motor de la transformación social”. La formación en ciencia política y sociología fue aséptica, sin vocación política, sin territorio, sin calle, en abstracto, sin gente, sin procesos, estudiando al gobierno, las instituciones y la sociedades desde la distancia.


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En la foto: Juan Camilo Montoya en la obra de teatro “País Pequeñito de los sueños perdidos” (2006) Grupo Corporación Cultural Nuestra Gente.

Fuimos creciendo y seguimos en ese camino de “vivir la vida querida”, algunos se fueron prematuramente de estos procesos comunitarios, otros nos fuimos después hacia otros lugares y proyectos, y otros se quedaron con la tarea de continuar apostándole a los retos que va trayendo la vida.


Mientras tanto, para mí cada vez era más necesario construir espacios de diálogo entre la triada universidad, procesos sociales y gobierno, me inquietaba el mundo de lo público-estatal-gubernamental. En este punto, llegamos al año 2008 y decido pasar “el puente” de la sociedad civil y trabajar con la institucionalidad pública en los temas de culturales de la ciudad de Medellín y posteriormente, de participación ciudadana en el departamento de Antioquia, bajo la intencionalidad de aprender desde adentro del funcionamiento de los procesos estatales e intentar aportar mi experiencia social comunitarias en los planes, programas y proyectos.


El tránsito por el servicio público ha sido como una especie de montaña rusa, en la que el camino predeterminado, el vehículo que moviliza la acción pública (los servidores públicos de carrera) permanece en términos generales, sin mayores modificaciones y los gobernantes en cada periodo se convierte en esos “usuarios” de la montaña rusa, generan emociones, alegrías, rabias, frustraciones, pequeñas transformaciones y por lo general mucho cemento. Sin embargo, la energía vital que permite el funcionamiento estatal -en nuestro ejemplo: el movimiento de la montaña rusa- cada vez está más disminuida, en algunos casos, cooptada por los partidos políticos y las prácticas clientelares, en otros, simplemente por desinterés o la desconexión total de las instituciones con las agendas ciudadanas.


Cada periodo de gobierno se convierte en un libreto estándar con variaciones y matices propias del gobernador de turno, quien en cierta lógica se comporta como un mesías, o un “Adán” que viene a inventar “el Momento de Antioquia” o el “Medellín Futuro”, con aspiraciones a realizar

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En la foto: Juan Camilo Montoya en la obra de teatro “Comedia sin cabeza” (2012) Grupo Jóvenes Creadores de Arte

una “buena gestión” que lo catapulte hacia la categoría “presidenciable”. Quiere decir, que el tránsito por la institucionalidad pública local o departamental se convierte en el trampolín y en el que más allá de los procesos sociales, las apuestas territoriales, los diálogos constructivos con la ciudadanía se convierten en una “pose”, un “post”, un hashtag, una inauguración.


Esta desconexión entre lo que pasa en los territorios, las apuestas y reivindicaciones de las organizaciones y las diferentes expresiones ciudadanas y la oferta pública institucional es uno de mis mayores emputes. Si bien, las normatividades que operativizan la inversión pública están tan estandarizadas que los márgenes de acción se concentran en mega proyectos, detonantes de los administradores de lo público, en términos generales, la voluntad y la visión de lo público de los gobernantes no permite la superación de las diferentes brechas, lo que se complejiza en un país como Colombia, en donde los problemas estructurales se “resuelven” o tramitan con el gobierno nacional. Es así como, los gobiernos territoriales se convierten en una especie de “notarios”, “espectadores” o “administradores” de un contenedor político administrativo denominado municipio o gobernación.


REFLEXIONANDO EL EMPUTE

“Es triste ver mi país regresar aquellos días En que la violencia arremetía con la ciudadanía En que los jóvenes se ven envueltos en asesinatos A manos de grupos armados Que los llevan al maltrato

Hoy una madre está en vela Pues no sabe que sucede Que la llamen y le digan que Su hijo está que muere…”

Colombia (Radio Mc:2020)


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Esa incomprensión o incapacidad de los entes gubernamentales por atender-ser-construir-relacionarse con las nuevas dinámicas/procesos/mensajes de la sociedad civil y particularmente con la juventud, ya sea por acción o por omisión, sumada al cinismo del gobierno, la corrupción y la desigualdad, escenifican el resquebrajamiento de una institucionalidad pública o lo que Néstor García Canclini designa como ese proceso de “desciudadanización” o “ciudadanía rota” (2020). Justamente entre los años 2019 y 2020 el ingreso a la Maestría en Estudios Culturales Latinoamericanos me permite reflexionar de una manera indisciplinada sobre mis emputes y esa sensación de “espasmo” inquietante que produce vivir los últimos 10 años haciendo parte de una institucionalidad pública territorial, en la que a pesar de los múltiples intentos por tejer puentes entre cultura y participación desde lo oficial, lo académico y lo comunitario, se hacen cada vez más estrechos los espacios para agenciar el cambio desde adentro.


La transición 2019 y 2020 no sólo representó un cambio en mi proyecto académico, también en términos de vocación política e intelectual me permitió leer colaborativamente asuntos como

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“las rutinas, controles y vida laboral”[1] una apuesta por evidenciar las diferencias y desigualdades que están inmersas en mi vida laboral en la Gobernación de Antioquia, y acercarme a las protestas estudiantiles de 2019 en Colombia desde una propuesta transmedia denominada “Quita tu pata de mi cara[2]” en la cual, nos concentramos en reflexionar activamente sobre aquellos asuntos, instituciones o poderes que nos pisan la cara con la pata, nos oprimen o atentan contra nuestras vidas. En esta misma línea, se esperaba continuar reflexionando sobre la protesta estudiantil, sin embargo, el contexto nos va permeando los énfasis y las urgencias de investigación y, como la agenda pública tomaría un nuevo rumbo debido a la cuarentena derivada de la pandemia Covid-19 y las diferentes medidas implementadas por el gobierno nacional para mitigar la expansión del virus, era necesario ajustar la ruta de navegación.


El Covid-19 no solo afectaría la “normalidad” de las movilizaciones sociales y las reivindicaciones agenciadas por los “representantes organizados” del comité de paro, también, afectaría la fórmula oficial de relacionamiento entre la institucionalidad pública y la sociedad en general. Y cuando me refiero a afectación no me refiero necesariamente a que la cambiaría, de hecho una de las principales dificultades es precisamente que las entidades públicas en términos generales no lograron adaptarse a estos “nuevos” retos que traía el inicio de periodo de gobierno en contexto de pandemia, quienes, por el contrario, concentraron sus esfuerzos en el aislamiento social, prohibiciones de las aglomeraciones sociales so pena de castigo punitivo y atención paliativa alimentaria.


De ahí que durante este periodo mientras la agenda política de un número significativo de los congresistas, diputados y concejales se centró en debates sobre la posibilidad de sesionar virtualmente, los gobernantes locales y departamentales jugaron a la innovación punitiva, al cierre de fronteras y a la limitación de los derechos sociales, culturales y políticos en pro de garantizar la vida y el orden social. En la otra orilla, los intereses poblacionales y sectoriales se diluían en los escenarios de la virtualidad.


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Desde esta óptica, mi interés se centró en entender las formas de articulación, protesta y resistencia de las subjetividades juveniles, sus trayectorias, mensajes/demandas y apuestas por “interrumpir la vida cotidiana” evidenciando el malestar social y el hartazgo hacia las instituciones liberales, es decir, reflexionar sobre mi empute en el campo laboral: la participación departamental en contraste con el mensaje agenciado por las subjetividades en el departamento de Antioquia; y el campo académico: El discurso institucional de la participación y los mecanismos de representación política versus las “interrupciones” agenciadas por las subjetividades).



[1] Trabajo realizado en el marco del curso Colaboratorio 1 en el año 2019

[2] Trabajo realizado en el marco del curso Colaboratorio 2. en el año 2020

 
 
 

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